No es fácil abajarse. Esa experiencia nos puede dar lo valioso de la humildad y humillación de María: "Hágase en mí tu Voluntad según tu Palabra" - Lc 1, 23-38 - y, también, una referencia y ejemplo. Abajarse es precisamente lo que significa ser humilde. Es despojarse de todo aquello que te amenaza con hacerte sentir mejor y más importante que el otro. Es derrumbar en ti esos méritos - solo por ti concedidos - que te hacen sentirte superior al más pobre, sencillo y humilde por carecer de todo. Necesitas y necesitamos abajarnos y experimentar ese sentimiento de pobreza y humildad.
La humildad exige un corazón sencillo capaz de ser pobre y no mirarse superior a nadie, incluso a los más pequeños. La humildad es la virtud de renuncia a todo aquello que te engrandece, que te tienta en alabanzas y glorias provocándote lisonjas y admiración. ¿Acaso has hecho algo por ti mismo? ¿No se te ha dado la oportunidad de ir a la Viña y se te ha regalado hasta los dones, talentos o cualidades que tienes? Luego, ¿a qué vienen esas alabanzas y admiraciones?
Ser humilde y sencillo es la puerta que te abre el encuentro con tu Padre Dios. Por eso, desde hijos necesitados y sencillos, queremos pedirte ese deseo de encontrarnos contigo. Te suplicamos que transformes nuestros corazones humanos, heridos por el pecado de vanidad, de soberbia, de avaricia y de ambición de grandeza en unos corazones pobres, sencillos y humildes capaces de reconocer sus pecados y experimentar la pobreza de, sin merecerlo, sentirnos amados por nuestro Padre Dios.
Gracias Padre, porque solo siendo pequeño puedo entender y recibir tu Palabra y tu Buena Noticia de Salvación. Amén.
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