Supongo que es de recibo entender y asumir que todo ser humano aspira a lo más grande. A lo más grande que, según sus capacidades, talentos, ambiciones y empeño, puede alcanzar. Nunca nadie puede pretender ser torero si no tiene cualidades, talento y deseos enormes de ser torero. En muchos habrá ese deseo, pero faltará el talento, y en otros será al revés.
Tendrá que darse juntos para que se puede alcanzar esa meta. Se trata, no sólo de dar lo que se puede, sino también lo que se debe. Porque quién puede debe dar la medida de su poder o capacidades, y esa es la noticia que hoy el Evangelio nos descubre y advierte: «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado
nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que
no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se
le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le
pedirá más». (Lc 12,39-48).
Pidamos al Señor la sabiduría y la luz necesaria para discernir el bien del mal y poner todo nuestros empeño en dar la medida de nuestra capacidad para el bien común. Amén.
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