Hoy venía sereno, tranquilo y con ganas de empezar con fuerza. Pronto, cuando me disponía a ir a la Eucaristía, el coche me dejó tirado. Imposible de asistir. Experimenté impotencia y desasosiego. ¿Por qué, me lo pregunto ahora? ¿No sabe el Señor que no es por mi culpa? ¿No sabe el Señor que mis planes no han salido como había pensado? ¿Por qué entonces me desespero?
¿Es que me importo más yo que la Voluntad del Señor? ¿Es qué prima más lo de afuera que lo de dentro porque no se ve? ¿Y los demás? ¿Que ejemplo les doy? Han sido ellos los que me demuestran que son las personas primero que las cosas. Te doy gracias Señor por hacerme ver mi miseria y pequeñez.
Y experimento que cuando acepto mi debilidad y descubro mis miserias es entonces cuando siento cerca tu presencia y mi corazón empieza a latir de nuevo con ritmo normal, pues lo sentía acelerado y rabioso. Porque todo está y depende de ti, y lo demás es accesorio y caduco. Sólo Tú, Señor, permaneces en la eternidad y me das paz, felicidad y sosiego.
No importa que mis apariencias digan lo que no es, porque lo que verdaderamente importa es que mi verdad reluzca por dentro y, al final, también lucirá por fuera, pues lo que brilla terminará por resplandecer y dar luz. Dame Señor la sabiduríaía de poner toda mi vida y mi esperanza en Ti. Amén.
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