Mi vida está machada. Por mucho que la lave no podré dejarla limpia. Mi suciedad no acaba. Siempre deja rastro y secuelas que vuelven a mancharme. No encuentro ningún remedio ni elixir que me libren de esas manchas que amenazan mi limpieza. Estoy tocado por mis propios pecados y no puedo librarme de ellos.
Sólo en Ti, Señor, encuentro la Gracia que limpia mi alma sin dejar rastro de ninguna suciedad. Tu Gracia, Señor, me deja nuevo, completamente limpio. Sé que no lo merezco, y eso me da la medida de tu Amor. ¡Cuánto me quieres, Dios mío! Nunca llegaré a entenderlo hasta que Tú me lo permitas y reveles.
Dame la fuerza, la voluntad y la Gracia de soportar con paciencia y esperanza el castigo que he de sufrir por mis propios pecados. Tú, Dios mío, en tu Hijo Jesús has pagado por ellos, y nos has abierto la sabiduría de saber aprovechar, como la higuera seca, esa oportunidad de tu Misericordia, y dar frutos entregándome y dándome, para ser, por la Muerte de tu Hijo en la Cruz, digno de ser llamado hijo Tuyo.
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