Ante tales prodigios, tal es una curación, prohibimos ver a nuestros ojos. Es como cuando percibimos que no tenemos razón, pero nuestro corazón endurecido y nuestra razón ensoberbecida nos impide asentir y reconocer que estamos equivocados. Creo que si somos sinceros con nosotros mismos, podemos confesar que algunas veces, o quizás muchas, nos ha sucedido esta experiencia.
Hoy, el Evangelio nos cuenta algo parecido. Jesús cura a una mujer que llevaba encorvada unos dieciocho años, y ante tal milagro, el jefe de la sinagoga no parece percatarse de lo que ha hecho Jesús y qué puede significarse tal prodigio. Su empecinamiento es la ley y su voluntad de ponerla por encima de todo. Para él la ley es su dios y su salvación.
Quizás nos puede estar ocurriendo a nosotros algo parecido, pues damos prioridad al trabajo y la economía antes que a las necesidades del hombre. Tanto en lo que se refiere a su bienestar físico como a su bienestar espiritual. Dios queda supeditado a los intereses del mercado y de la economía. ¿Es esa la ley que hoy manda y que prioriza su atención antes que al hombre y al mismo Dios?
Perdona nuestra osadía, Señor, y danos la capacidad de sorprendernos y admirarnos de tu Poder y tu Misericordia, y de prestarte todo el tiempo necesario para adorarte y entregarte nuestra vida como fruto de correspondencia por tu Amor. Amén.
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