Esa es la realidad de nuestra vida, de mi vida. Soy un pecador y como tal debo reconocerme. Mi tragedia es por tanto no reconocerme pecador, a pesar de confesarlo muchas veces y de presentarme ante los demás como pecador. Pero, la pregunta es esta, ¿en realidad me reconozco pecador? Porque, de reconocerme pecador mi vida experimenta la necesidad de agradecimiento por mi salvación. Es decir, comprendo mi situación y mi esclavitud por el pecado y el misterioso amor de Dios que me tiende su Mano y, contando con mi libertad, me ofrece la salvación.
Esa es la Buena Noticia de la que hemos hablado muchas veces. Dios, se confiesa Padre y, amándonos voluntariamente, es decir, sin ninguna necesidad, me tiende su Mano y me invita a compartir, desde la libertad, es decir, sin presionarme ni exigirme condición alguna, ni siquiera sobornarme ni adularme. Totalmente libre para discernir y elegir. Es el gran misterio de mi vida y, dándome cuenta, sin saber cómo, todavía dudo, lo pongo en riesgo de perderlo y me sorprendo de mi apatía, mi ignorancia y necedad.
Porque, ser feliz es lo que quiero, y ser feliz eternamente. Y es eso, precisamente, lo que Dios me ofrece. Me digo a mí mismo, ¿cómo puedo saber que la felicidad está en Ti, Señor, en conocerte y vivir a tu lado, y dejarme vencer por las cosas del mundo? Después de tantos años y muchos interrogantes, llego a una conclusión, Tú, Señor, eres Señor de todo y sólo Tú puedes hacer que mi corazón, endurecido, limitado, herido por el pecado y esclavo de mis pasiones, se transforme en un corazón nuevo, suave, compasivo, misericordioso, entregado al servicio y alimentado por la fe en Ti.
Yo, a pesar de que no le entienda y me crea muchas cosas, me abandono en tu Poder, Señor, y reconozco mi pequeñez, mi pobreza, mis limitadas fuerzas y me siento incapaz de aumentar ni una milésima el más pequeño de mis pelos de mi cabeza. Todo me viene de Ti, mi Señor, y si he llegado a comprender que soy un pecador, o que Tú eres mi Padre Dios y que, Jesús, tu predilecto Hijo, ha venido a anunciarme tu Amor, ha sido por tu Gracia.
Gracia de la que imploro sigas llenando mi pobre corazón y aumentando mi empobrecida fe para que continúe creciendo en sabiduría y conocimiento de Ti y, de esta manera, poder amarte y quererte cada día un poco más. Amén.