Me siento indigno, pecador y mal hijo; me siento en la piel del hijo prodigo y me tengo por mal hijo. Tengo la sensación de utilizarte como si de una organizada disciplina que tengo que cumplir se tratara. A veces rezo y hablo contigo como para liberarme de un peso, de una norma, de una disciplina que tengo que cumplir cada día.
Tú sabes Señor que esa no es mi intención, pero mi corazón siembra esas dudas que me cuestionan y me inquietan. Temo incluso que me desasosieguen y me violenten. Me siento mal y eso me preocupa, porque aunque el dolor me oprima y escuece, debo conservar la serenidad y la paz. Eso son síntomas de tu presencia y acompañamiento.
Quisiera acudir a Ti como si de aire se tratara para guardar mi vida; quisiera que mi tiempo contigo no estuviese marcado por la norma o disciplina sino por la necesidad de estar contigo, de necesitarte, de ser como el aire que necesito para vivir.
Y sé Señor, gracias por mostrármelo, que yo no puedo alcanzarlo, y que todo depende de Ti. Y eso vuelvo a pedirte hoy, tu Gracia, para como Pedro, ser capaz de proclamarte, de vivir en Ti y permitir que Tú vivas y hagas morada en mí.
Gracias Señor por quedarte en la Eucaristía, y permitir que me pueda alimentar con tu Cuerpo y Sangre para transformarme en Ti, y dejar que Tú hagas y vivas en mí.
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