Me doy cuenta de mis constantes fracasos. Repito, todos los días lo mismo, y siento vergüenza de ello. Sin embargo, experimento que tengo que seguir adelante, pues mis debilidades me superan. Advierto mi total dependencia de Ti, Padre mío, y te doy gracias por ese tomar conciencia de Ti en mi pobre vida.
Y mi alegría crece cuando mi ánimo descansa en tu Amor y Misericordia. La puerta de tu Casa permanece siempre abierta y no me pregunta por mis pecados, me perdonas cada vez que me acerco. Me das confianza para sentirme tu hijo, y a pesar de rechazarte en muchos momentos y mostrarme como tu enemigo, tu perdón siempre permanece impoluto y presente. Eso me reanima y me devuelve la confianza de levantarme y volver a llamarte Señor.
Pero, también me doy cuenta que de esa misma forma tengo yo que perdonar. Y cuando hablo de perdón, hablo del perdón a aquellos que me molestan, que me hacen daño y se muestran mis enemigos. Esa es la novedad de tu amor, Señor: "Amar a los enemigos", y eso es lo que verdaderamente prueba el auténtico amor.
Sin más, Señor, enséñame a amar a mis enemigos. Sé que yo no puedo, pero contigo seré mayoría aplastante. Amén.
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