Esperaré, Señor, esperaré a que Tú decidas darme tu alimento. No me iré a buscarlo por mi cuenta, porque mi alimento es perecedero, no acaba con mi hambre y no me deja satisfecho. Volveré a sentir hambre; volveré a caminar para buscar y saciar mi hambre. Y mi pobre cuerpo nunca encontrará descanso, siempre irá errante paso tras paso buscando esa agua que le dé la vida y el descanso eterno.
Por eso, mi Señor, no me muevo delante de tu presencia. No importa lo que tarde. Esperaré a que Tú decidas repartir tu valioso Pan. Ese Pan que salta hasta la vida eterna. Ese alimento que me llenará por completo y que nunca más volveré a tener hambre y sed.
No me voy, Señor, seguiré esperando hasta que Tú quieras que espere. Porque sé que Tú eres mi amigo, sabes de mis penas y deseos. Descubres mi cansancio y adivinas mi sed y hambre por alimentarme. Pero un alimento que me sacie eternamente y que me lleve a contemplarte eternamente. ¡No, Señor!, yo no me muevo de tu presencia. Seguiré expectante, vigilante, atento y presto a comer de tu Pan. Ese Pan que sé que me dará la vida eterna.
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