Ocurre que aquellos que se empeñan en amar son siempre los que ocupan el último lugar. El que ama se olvida de sí mismo, espera por todos y elige en el último lugar, así que recogerá lo que los otros dejen o desprecien. Siempre ocupará el último lugar y tomará de los restos que los demás rechacen.
Amar supone eso, quedarte relegado a tomar de lo que queda y nunca elegir lo que quieres sino lo que los demás te dejan. Porque el que ama solo da, pues ese darse le recompensa y le hace plenamente feliz. Lo experimentamos con nuestros padres. De manera especial y más notable con nuestras madres. No entendemos como las madres se dan y dan todo por sus hijos. Ese darse y entregarse por amor nos hace exclamar en muchos momentos que no hay amor como el de una madre.
En nuestro Padre Dios encontramos el Amor más grande, gratuito y generoso. Porque el amor si deja de ser gratuito, también deja de ser amor. Dios nos ama incondicionalmente, pues todo lo recibimos de Él y nada podemos darle a cambio. Solamente, recibida la libertad, podemos ponerla en su Manos para que, por su Gracia podamos amarle y regresar amorosamente a Él.
Por todo eso, unidos en fraternal comunidad, le pedimos suplicantes que nos inunde de su Amor para que podamos, volcándolo en los hermanos, regresar a Él según su Voluntad. Amén.
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