Y eso no es una mala noticia, sino la conciencia de saberme pecador, lo que realmente soy, pero en la esperanza de saberme también amado, perdonado y redimido. ¿No es maravillosa y buena la noticia? Saberse perdonado, amado y salvado eternamente es para volverse loco de alegría y de dicha. Es lo lógico y de sentido común, pero ocurre y se nota que no hay muchos locos contagiados por esa noticia.
Ayer, en la mañana, oía a un sacerdote que cuando descubrió a Jesús y tomó conciencia de su presencia real en él, paró el coche en un semáforo y bajándose gritó a los cuatro vientos que se sentía el hombre más feliz del mundo. Entonces fue como después de un tiempo de duro discernimiento concluyó que su llamada iba por el sacerdocio. Y ayer lo confirmaba en una entrevista que le hacían por Radio María.
Sí, sé que me falta mucho, pero eso no puede con mi esperanza en llegar a compartir mi amor al estilo del que Jesús cuenta en la parábola del buen samaritano. Un amor que se extiende a todos los hombres, fuera de razas, de pueblos o etnias... Un amor que incluye y no excluye.
En Él puedo conseguirlo, porque su Amor me transforma y me convierte cada día. Por eso, hoy, desde este humilde rincón te suplico, Señor, que conviertas mi corazón como el del buen samaritano. Para que mis sentimientos no se ahoguen sino emerjan en la esperanza de darme sin condiciones en amar como Tú me amas. Amén.
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