No podemos evitar querer estar por encima del otro. Nuestra natural inclinación es ser más que el otro y nos satisface estar más arriba y ocupar puestos de mayor relevancia. De forma natural, el prestigio, el título, el reconocimiento y el poder son adornos que nos orgullece y nos atrae poderosamente.
Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, no estaban ajeno a estas inclinaciones. Ambos, que habían sido muy generosos, aspiraban a lo más alto, y por eso su madre le pide a Jesús que les dé el privilegio de estar a su derecha y a su izquierda. Quizás nosotros también, de alguna forma, pidamos privilegios para nosotros sin tener en cuenta a los demás.
Pedimos ser excluidos de pasar por la cruz y de sufrir adversidades en nuestra vida. Es lógico, pero sabemos que tendrán que llegar tarde o temprano. La cruz es el camino que nos conduce a la salvación, y no recorrerlo es negarlo a salvarnos. Pidamos, por tanto, fuerzas y sabiduría para saber recorrerlo y aceptarlo, porque en la medida que, injertados, ¡nunca solos!, en Jesús, como el sarmiento en la vid, podremos avanzar y crecer en Gracia y en la Voluntad de Dios.
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