Nadie puede escapar a los miedos. Sentimos miedos y malo sería no sentirlo, porque cometeríamos muchas imprudencias. Los miedos, de alguna forma, regulan nuestras imprudencias y nos protegen de muchos peligros y disparates que nos harían mucho daño. Pero también, los miedos pueden inhibirnos y lograr que no cumplamos con nuestro deber y hasta maniatarnos hasta el punto de anularnos.
Y a esos miedos me refiero, a eso miedos, Señor, que me alejan de Ti. A esos miedos que paralizan mi lengua y mis labios e impiden proclamarte y anunciarte a los cuatro vientos. A esos miedos que me retienen y me prohiben comprometerme e implicarme en buscar tu Reino y Justicia. A esos miedos que coartan mi libertad y me esclavizan alienándome con los criterios del mundo que no son los tuyos.
Líbrame Señor de esos miedos que no te anuncian y esconden tu Rostro. Líbrame Señor de esos miedos que permiten la muerte de muchos niños nacidos en el vientre de sus madres. Líbrame Señor de no levantar mi mano cuando te insultan, cuando te ofenden o cuando hay un hijo tuyo desamparado, mal tratado o abandonado y se le deja marginado. Líbrame Señor de pasar indiferente ante los excluidos, explotados, desahuciados y pobres.
Líbrame Señor de todos esos miedos que me impiden amarte como Tú me amas.
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