Se hace necesario saber quien soy, pues mientras no me conozca poco puedo confesar de mí. Y en la medida que mi propio desconocimiento permanezca en mí, la ignorancia de mis pecados convivirán conmigo en una connivencia engañosa que me impedirán crecer y descubrir la necesidad de arrepentimiento de mis pecados.
Luego, si no me siento culpable, de poco o nada tendré que arrepentirme. Me sentiré bien, suficiente, fuerte, capaz de salvarme por mí mismo. Sin darme cuenta, independiente de ser rico o no materialmente, me sentiré como tal sin necesidad ninguna de ser perdonado.
No necesitaré sentarme a la mesa con Jesús, ni tampoco responder a su llamada. Me basto por mí solo y, por supuesto, rechazo toda invitación a ser perdonado. Verdaderamente nos descubrimos así y estamos muy lejos de acogernos al Perdón y la Misericordia de nuestro Padre Dios.
De ahí la importancia de reflexionar y descubrirnos como personas pecadoras. Pecadoras por nuestra propia esencia natural. Nuestra naturaleza humana está tocada, vencida por el sometimiento de la carne, de los apegos, de los sentimientos y emociones, tanto materiales como espirituales. Necesitamos ser liberados por el Perdón y la Misericordia que Jesús, el Hijo de Dios vivo nos ofrece.
Mateo se sintió así, se dejó interpelar por la llamada de Jesús y le abrió su casa, su corazón de pecador para ser sanado por Él. ¿Estamos nosotros también en la misma predisposición y actitud? Sabemos que lo que le pidamos, Jesús nos lo dará si nos conviene. Y pedir lo que verdaderamente necesitamos es lo que Jesús viene precisamente a dárnoslo: "El perdón de nuestros pecados".
Padre nuestro que estás en los cielos...
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