No queda otra alternativa, y el peligro está en pensárselo. Porque mientras lo piensas se supone que no estás convencido, o que crees que no puedes lograrlo. Por un lado u otro estás poniendo en duda la Palabra del Señor, porque es Él quien te lo manda y, el Señor, no puede mandar algo imposible.
Pasar a la acción descubre la fe en el Señor. Si Él te lo manda es porque tú y yo podemos hacerlo. Se supone que no por nosotros, sino por la Gracia que el Señor nos infunde y nos da en el Espíritu Santo que nos asiste, nos capacita, nos da paciencia y fortaleza para poder amar incondicionalmente.
La cuestión no es pensárselo, sino confiar, creérselo y entregarse en Manos del Señor. Es la respuesta que dio Natanael ante lo que le dijo Jesús; es la respuesta que dio Tomás ante la prueba de la huella del costado que le mostró Jesús. Y es la respuesta que espera Jesús ante la llamada que hoy nos hace a ti y a mí.
Dudar, vacilar en responder supone indecisión y falta de confianza. Supone falta de fe, porque la fe es fiarse y arriesgarse. Amar exige dos cosas simultáneas, una decírselo a Dios y otra demostrarlo con el prójimo. Más claro el agua. Ahora, tú sabes que no puedes hacerlo. Y eso es bueno saberlo, porque la Gloria es de Dios, no de María, ni de Pedro, ni de nadie.
También será de Dios todo lo que Él haga en ti. Él puede si tú te entregas y te pones en sus Manos. Esa es la fe, que confiamos en tu Palabra, Señor, y abandonados en tus Manos nos arrojamos sin condiciones pidiéndote que transformes nuestro corazón de piedra en un corazón de carne capaz de amarte en el prójimo. Amén.
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