Sé, Dios mío, que todo depende de Ti. Pero, por mucho que lo diga y repita no lo entenderé nunca con la claridad que a mí me gustaría y que Tú esperas de mí. Por eso, postrado a tus pies te pido y ruego que me llenes de tu Gracia y abras mi mente a tu Misterio.
No por soberbia ni por exigirte entenderte. Me basta con tu Amor y Misericordia. Tuyo es el Poder y la Gloria Señor, y yo soy un simple y humilde e insignificante esclavo y siervo Tuyo. Sólo por ver con más claridad la gran oportunidad que me brindas para salvarme. Perdona Señor si te he ofendido.
María, tu Madre, es un ejemplo a imitar, pero mi corazón contaminado con las cosas de este mundo no asimila bien ese torrente de Gracia que Tú me envías. Quizás no tengo, ni la sencillez y humildad que tiene María e impido que tu Gracia, por tu Amor, actúe dentro de mí.
Yo te pido, Señor, la Gracia que me llene, como a María, para responderte como Ella: "Hágase tu Voluntad". Te la pido sabiendo que no soy digno de merecerla ni recibirla, pero, ¿qué puedo decirte, Señor?
Quiero merecer, por tu Gracia, la dignidad, regalo gratuito por tu Amor y Misericordia, de ser tu hijo, y de invitarme a esa Fiesta de tu Hijo, que en su nombre celebras para mí salvación. Quiero aceptar, pero temo que las tentaciones, dificultades y mis propios pecados me confundan, me desvíen y me inviten a rechazarla.
No lo permitas, Dios mío, y lléname de Gracia para, abierto a ella, decirte: Señor, quiero ir. Hágase tu Voluntad. Amén.
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