Da verdadera lástima cuando oímos hablar mal de una persona. Y sobre todo de una persona que practica una vida de piedad religiosa. Y digo que da lástima porque su vida en lugar de ser fermento que acerca y contagia, produce el efecto contrario. Y es motivo de escándalo y de gran responsabilidad.
No por hablar mal pensamos que actuamos mal, porque Jesús fue muy criticado. Y en muchas ocasiones, más de las que pensamos, se habla mal de la gente por exigir cumplir con el deber. Pero, también es cierto que en muchas ocasiones no se es lo suficientemente astuto, misericordioso para ayudar y ser nexo con las personas en aras de facilitarles el cumplimiento y bien obrar.
Contaminamos y alejamos más que acercamos. Y eso si que es malo. Jesús no se callaba, denunciaba, pero lo hacía de forma que acogía y predisponía a ser escuchado y a deponer actitudes con ánimo de cumplir con las reglas y leyes. Por eso, conviene revisarnos y ver cuál es nuestra verdadera actitud. La de mandar por mandar y exigir al pie de la letra, o la de ayudar y concienciar a colaborar y a ser honrado en verdad y justicia.
Hoy, Señor, consciente de nuestras mentiras por la herida de nuestro pecado, nos postramos a tus pies y te pedimos sabiduría, fortaleza y paz para ser en cada momento de nuestra vida instrumento de tu verdad y artífice de tu justicia. Sabemos de nuestras limitaciones, errores y fracasos. Sabemos que no damos la talla y que dejamos mucho que desear. Sin embargo, nos sorprendemos a nosotros mismos atreviéndonos a proclamar tu Palabra, de la cual no somos dignos ni merecedores.
Perdona nuestra osadía y atrevimiento, y humildemente nos postramos a tus pies en la confianza y esperanza de tu Misericordia y de tu Amor. Gracias Señor por tu perdón. Amén.
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