Es posible que, sin darnos cuenta, nos acostumbramos a recibirte ya casi de forma rutinaria. Te has hecho Alguien tan presente en nuestra vida que, quizás, a pesar de estar contigo cada día, te olvidamos igual que esos nueve leprosos que se olvidaron de regresar a darte gracias.
Posiblemente nos ocurra eso. Incluso participamos en la Eucaristía y hasta la reclamamos como un derecho sin percatarnos que es una Gracia. Una Gracia que has hecho y haces cada día para quedarte con nosotros y darnos tu Fuerza y tu Luz, para que podamos permanecer fiel a Ti.
No somos mejores que los nueve leprosos, que quisieron seguir sin contar contigo después de ser curados. No somos mejores que aquellos que, no te siguen porque no te conocen, porque de experimentar tu Gracia y tu Amor, seguirían sin titubear y de forma firme tus pasos.
Queremos, Señor, pedirte perdón por nuestra ingratitud, y por ni siquiera contar contigo para muchas cosas en las que te dejamos fuera y te damos la espalda. Queremos pedirte perdón por tantos rechazos y por tantas indiferencias y manipulaciones. Porque te usamos como una caja mágica para pedirte lo que nos interesa y según nuestros egoísmos. ¡Hay tantas cosas de las que queremos pedirte perdón, Señor!
Pero, también muchas para darte gracias. Sobre todo por tu Amor desinteresado y comprometido. Tu Amor Misericordioso por el que tenemos la esperanza de ser perdonados y curados. No una curación temporal, sino la salvación Eterna.
Y, sobre todo, Señor, por la Eucaristía, donde permaneces pacientemente en espera de mi regreso. Y, no sólo para abrazarme y perdonarme, sino para darte Tú mismo en alimento espiritual que me infunda la sabiduría, la fuerza, el valor, la voluntad y la luz que ilumine mi vida hasta descansar en Ti. Amén.
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