La tentación de aparentar nos amenaza en cada momento. Incluso, en nuestros escritos, comentarios y todo tipo de reflexiones, imaginamos personas que luego, al conocerlas personalmente, nos pueden desilusionar. Dentro de nosotros hay una maquina que sueña, que imagina y que, en muchos momentos, distorsiona la realidad y nos introduce en nuestro mundo, que quizás no es el mundo de Dios.
Esforzarnos en ver esa realidad con ojos reales y vivirla según nos exhorta la Palabra de Dios, es lo que entendemos por seguir al Señor. Dejarnos empapar por la acción del Espíritu Santo, y ponernos en su Mano es la actitud de descubrir nuestro deseo de serle fiel.
Nos engañamos cuando, esforzándonos en pequeños detalles, como felicitar por las onomasticas, que sólo nos exige seguir el control y programa de un ordenador, queremos aparentar que nos preocupamos por esas personas, cuando lo que está detrás es ganárnoslo para la causa. Puro proselitismo, que también utiliza el Corte Ingés. Sí, realmente es un esfuerzo, pero no precisamente para acercar a esa persona a Dios, sino a ellos. Quizás no sea esa la intención, pero subyace una mezcla de Dios y dinero.
Posiblemente no nos demos cuenta, pero quizás el fruto está algo podrido. Mejor es proclamar con la verdad sencilla y transparente. Y confiar. El mundo está mal, y nos experimentamos impotentes y sin saber qué y cómo responder. Pero no perdamos de vista que el Espíritu Santo está aquí, entre nosotros, y toma parte en esta guerra y batalla. Así que, sin esto querer eximirnos de nuestra lucha, esfuerzo y trabajo, tengamos confianza que ganaremos.
Pidamos al Señor la Gracia de serles fieles en las pequeñas cosas de cada día: nuestros pequeños compromisos familiares, profesionales, apostólicos y pastorales. Porque si en lo pequeño tratamos de responder fielmente, también lo haremos en lo grande. De lo contrario falseamos nuestra propia historia.
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