No es cuestión simplemente de escuchar, sino de escuchar después de haber buscado. Hay una gran diferencia. Escuchar es importante, pero si en el momento de la escucha, la tierra no está sembrada, difícilmente la semilla dará frutos. Escuchar supone previamente actitud, para que la escucha sea rumiada y deje la sustancia de lo escuchado preparado para poder asimilarse.
Porque la escucha puede ser accidental, no querida o por casualidad. Entonces entra, pero no encuentra el terreno preparado para echar raíces. Eso le ocurrió al hombre rico, que sentía curiosidad por comprobar si cumplía todo los requisitos para ganar la gloria del cielo, pero se sintió frustrado cuando experimenta que le falta más todavía. Y su decepción le impulsa a pararse y no continuar.
Quizás la escucha estaba ya, de antemano, cerrada. Escucho hasta que coincida con lo que yo pienso; escucho lo que quiero escuchar, pero de ahí no paso. No había una escucha abierta, deseada, dispuesta y sin condiciones. Es lo que ocurrió con Zaqueo. Su corazón estaba seriamente atento y abierto a la verdad, y la Verdad, por la Gracia de Dios, fecundó aquel corazón dispuesto a ser fertilizado. Y los frutos ya los conocemos.
También nosotros, Señor, queremos dejarnos fecundar por tu Espíritu, y alimentados en Él, abrir nuestros corazones para que tu Gracia nos fertilice y demos frutos. Frutos de amor que sirvan para dejar pasar tu Luz que con su calor fertilicen los corazones de todos aquellos que se abran a la Verdad como hizo Zaqueo.
Te pedimos, Señor, esa Gracia, conocedores de nuestras debilidades, de nuestros fracasos y pecados, y de nuestros egoísmos, que nos impiden seguirte renunciando a todo lo que este mundo, falso e hipócrita, nos ofrece y nos presenta para seducirnos.
En Ti, Señor, permanecemos confiados y, a pesar de nuestras limitaciones, nos proponemos seguir adelante y, como Zaqueo, encaramarnos a la cima de nuestra vida, para ver, más allá, de lo que este mundo nos presenta. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario