Un buen vaso de oración al levantarnos; otro a media mañana como buen aperitivo, para soportar el ajetreo de la jornada matutina. Luego, el reconfortante almuerzo, y el respetuoso agradecimiento por tener alimentos que comer y compartir en familia. Sin olvidar lo que podamos hacer con los demás.
Más tarde, la merienda que nos aviva y despierta en la soñolienta tarde, para terminar con la agradecida oración de despedida por todo lo ocurrido durante el día. La oración es la vitamina que siempre debemos llevar en el bolsillo del corazón, pero no para tenerla guardada para los momentos de peligro o emergencia, sino para que cada instante de nuestra vida se vea reforzada con la presencia gozosa del Espíritu de Dio y su fuerza iluminadora para cada paso que damos.
Te damos gracias, Padre, por ese rosario de bienaventuranzas que nos señalas y que nos animas a vivir. Te damos gracias, Padre Bueno, por todas esas orientaciones que nos marcas como renuncias y luchas para liberarnos de nuestras esclavitudes. Te damos gracias. Padre, por tu eterna presencia en el camino, porque sin Ti no podríamos, ni pensar, ni intentar y menos cumplir ese camino de desapegos, de servicios, de renuncias y amor que Tú nos propones.
Te damos gracias, Señor, porque detrás de ese papel que envuelve todos esos esfuerzos y renuncias, no hay olor a muerte, sino se desprende un olor amoroso, tierno, gozoso, de alegría, de vida eterna y dicha de la que Tú hoy nos habla.
Y con las gracias, Señor, quiero pedirte que me llenes de tu Espíritu, de tu sabiduría y fortaleza, para que, escondido en tu Humildad y Misericordia, pueda ir dándome y encontrando el único y verdadero camino que lleva a Ti. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario