Señor, yo también estoy en este mundo. Tú no me quieres en otro lugar. Me has enviado a proclamar tu Mensaje de salvación, y aunque me prometes llevarme contigo a tu Reino, que no es de este mundo, quieres que yo permanezca en este hasta tu segunda venida.
Y yo estoy gozoso porque creo profundamente en tu Palabra. Sí, Señor mío, permaneceré aquí hasta que Tú decidas venir a llevarme contigo. Pero quiero decirte algo. Algo que, sin quizás, Tú lo sabes, pero, ahora sí, quizás te guste oírlo de mis pobres y humildes labios. Tú sabes lo débil que soy. Y, sabes también, que el príncipe de este mundo, a quien Tú le permites que nos tiente, también Tú de dejaste tentar, está al acecho de ellas. Y, al menor síntoma de debilidad, nos pone delante el manjar que deseamos para comer.
Somos Adanes y Evas, y estamos a merced de este mundo que nos supera. Sin embargo, Tú también lo sabes, Señor. Nuestro corazón es Tuyo, aunque débil y pobre, queremos entregártelo. Y nuestra esperanza es que Tú nos lo aceptas y lo quieres y deseas. Incluso, nos dice, que has venido a tomarlo, a curarnos, a hacernos fuertes y a ayudarnos a vencer. Es más, te has quedado, en el Espíritu Santo, para asistirnos y darnos la fortaleza que necesitamos para vencer las tentaciones que nos ofrece el demonio.
Y, el colmo, Señor, es que permaneces en el Sagrario, bajo las especie de Pan y Vino, para servirnos de alimento espiritual y de fortaleza que nadie, ni el demonio, puede vencer. ¡Claro, Señor!, a pesar de las señales y catástrofes que el final del mundo nos presenta, vivimos en la esperanza que Tú llegarás para salvarnos, y que ya lo haces a aquellos que confían y se esfuerzan en permanecer en Ti. ¿Cómo? Viviendo en tu Palabra y ejercitándose en los sacramentos.
Gracias, Señor, por esas revelaciones, que con tu Palabra de cada día, nos descubres, nos instruyes y nos anima a seguir caminando contigo. Porque Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario