Si nos fijamos bien, los niños, sobre todo los recién nacidos y durante toda su infancia, son los reyes de la familia. Ellos ocupan el centro de la familia, y en ellos convergen todas las preocupaciones y cuidados de la familia. Sobe todo los padres. Y descubrimos que son los más necesitados de amor.
No son los reyes porque nos lo impongan, ni porque tengan poder y fuerza, sino porque demandan y necesitan mucho amor. Experimentamos que el amor es la principal arma de nuestra vida y la fuerza que nos mueve y nos une para comprometernos a cuidarnos y protegernos. El amor es el verdadero compromiso que alimenta y da sentido a todo nuestro ser y obrar.
Y ese es el Reinado de Jesús. Jesús es nuestro Rey porque es quien nos da sentido y esperanza. Jesús es nuestro Rey porque nos salva y nos llena de gozo, paz y felicidad. Jesús es nuestro Rey, porque es el enviado por el Padre para saldar nuestra deuda de pecados y danos la salvación, redimiéndonos de nuestras culpas por la Misericordia del Padre.
No es un Reinado de poder, de fuerza ni de imposición. Es un Reinado de y por amor. Es un Reinado que se da gratuitamente, sobre todo, a los más necesitados y carentes de amor. Es un Reinado que se consagra a los que más lo necesitan. Lo mismo que ocurre con los niños, los más débiles, en las familias.
Por eso, te damos gracias, Padre del Cielo, por enviarnos a tu Hijo, Rey del mundo del Amor, para redimirnos y darnos la Gloria de tu Reino, y darnos testimonio de la Verdad. Verdad que nos hace libre y nos da la Vida Eterna.
Gracias, Señor, porque nos revela que tu Reino no es de aquí, porque todo lo de aquí es caduco. Nuestras esperanzas son eternas, porque dentro de nosotros vive un ansia de Vida Eterna. Y nos sentimos llamados a esa Vida Eterna, que Tú, Señor, nos viene, de parte de tu Padre, a ofrecernos gratuitamente por amor.
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