La tendencia natural es, cuando hacemos nuestro deber, buscar recompensa. Hemos oidos decir muchas veces a modo de queja: ¡Yo, que he cumplido siempre con mi deber! ¡Yo, que siempre me he esmerado en hacer las cosas lo mejor que puedo!...etc., como pidiendo reconocimiento y recompensa.
Y los demás tenemos la inclinación siempre de premiar a aquellos que con esmero han cumplido con su deber. ¿Acaso no es lo que les correspondían hacer? La costumbre de dar propinas descubre un poco esta tendencia a premiar el buen hacer. Es algo que nos sale desde dentro y que sentimos que debemos hacer.
Sin embargo, debemos hacer y cumplir nuestro deber sin ánimo de recompensa. Porque ya hemos sido recompensados al tener la oportunidad de servir. Descubrir que en el servicio somos felices, es descubrir que la felicidad no está en tener ni atesorar tesoros caducos y bienes temporales. La felicidad está en amar, y amar es servir.
Y eso es lo que nos descubre Jesús hoy en el Evangelio. No se trata de comprar amor con el servicio, porque eso ya lo anularía. El servicio no busca recompensa, porque entonces está escondido en el interés y el beneficio. Se trata de servir desde la gratuidad y el desinterés. Es decir, desde el amor.
Danos la Gracia, Señor, de no servir para luego ser pagado con la misma moneda y ser servido. Porque esa entonces sería mi recompensa. Y yo no la quiero, porque eso es caduco. Yo quiero la recompensa de tu Amor, de tu Amor Eterno que se me ha dado gratuito y sin interés, sino por Amor.
Y, de la misma forma, lo quiero dar yo. Servir gratuitamente, sin esperar nada, por amor. Eso te pido hoy, Señor, que transformes mi corazón de piedra, ambicioso, en un corazón de carne, entregado y generoso sin pedir nada a cambio. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario