Sería una locura querer vivir las bienaventuranzas sin llevar el corazón lleno de oración. Todo viaje exige un mochila, donde transportamos agua, alimentos y las cosas más necesarias para poder soportar el camino. Pues bien, la oración es toda la mochila que necesitamos para intentar vivir las bienaventuranzas. Mucha oración a todas las horas. Sin ni siquiera dejar un día para descanso.
Porque la oración es un descanso, un desahogo, un contacto, una vitamina, una compañera, una luz, un esfuerzo, una voluntad y un diálogo constante con el Espíritu de Dios que nos acompaña y que nos dirige, precisamente, a través de la oración.
Orar es levantar el corazón a Dios, entregárselo plenamente convencido, y vivir a sus impulsos. Sólo en esta actitud podemos caminar por el camino señalado y bienaventurado que Jesús nos propone. Y en el cual seremos dichosos y alegres. No solamente ahora, sino eternamente.
Por eso, Padre del Cielo, te pedimos todos juntos desde este rincón de oración, la luz y la sabiduría necesaria para no desfallecer y, poniendo toda nuestra voluntad, empeñarnos en vivir el espíritu de las bienaventuranzas, y con nuestro esfuerzo y transparencia, dejar pasar esa luz que caracteriza a todos los que te siguen, y que contagia a todos los hombres de buena voluntad.
Y que, confiando en nuestro Padre Dios, y en ti, Señor Jesús, seamos capaces de esperar tu llegada. Que será cuando nos hayas preparado esa hermosa estancias en la Casa de tu Padre, a donde has ido a preparárnosla.
Padre, que no perdamos esa oportunidad de estar esperando esa maravilla gozosa que no podemos imaginar, y que nos llena de esperanza y de felicidad. Y sabemos que la manera de esperarla es viviendo nuestra vida en el espíritu de las bienaventuranzas. Amén.
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