Para entrar hay que primero salir. Es ley natural. No se puede llenar una cosa llena sin antes vaciarla. Nuestro primer vaciado empieza con el Bautismo. En él nos limpiamos de todo aquello, que si aun no nos ha contaminado, si somos pequeños, si estamos heridos y tocados para caer en manos del mal en cuanto vayamos tomando conciencia de nuestra realidad.
Nuestra naturaleza nace herida, y tocados por el pecado original, estamos esclavizados a las fuerzas del mal. Necesitamos una urgente y frecuente limpieza para convertir nuestro corazón herido e impuro, en un corazón puro y limpio. Y empezamos con el Bautismo. El Bautismo nos hace hijos oficiales de Dios, y nos viste de la Gracia del Espíritu Santo, con el que podemos salir victoriosos en nuestra lucha de cada día contra el príncipe del mundo.
A eso nos llamaba Juan Bautista en su predicación en el desierto. Tendremos que hacer desierto en nuestra vida interior para, preparados, luchar con garantías contra las tentaciones del pecado. Y eso nos exige un corazón contrito, arrepentido y lleno de Gracia. Porque sin la fuerza del Espíritu nada podemos hacer. Necesitamos, pues, vaciarnos primero, para luego, limpio de toda inmundicia, abrirnos a la Gracia de Espíritu Santo.
Por eso, Señor, te pedimos esas fuerzas necesarias para poder vencer las tentaciones y comodidades que este mundo nos propone alejándonos de Ti. Aléjanos de la tentación de creer que solo con nuestras fuerzas podemos, y de creernos que estamos lo suficientemente preparados y protegidos para no caer. Danos siempre la prudencia de vigilar y desconfiar de nosotros mismos respecto a que nos creamos suficientes.
Y danos la sabiduría de vaciarnos de todas aquellas cosas superfluas y caducas que el mundo nos propone y nos seduce, para que revestido sólo de tu Gracia, Señor, perseveremos en Ti hasta que decidas volver. Amén.
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