Por mucho que nos esforcemos en comprender, no podremos llegar a entenderlo. El Amor del Padre nos sobrepasa. Nuestro amor es un amor de dar y recibir. Todos nuestros conflictos están marcados por un dar y recibir, y cuando falla el dar o el recibir, se enciende la llama que separa y cuece odio, envidia y ruptura.
Claro, sin ese encuentro que nos enamora de ese Amor del Padre, nuestro amor, aquí abajo, deja mucho que desear. Porque, ¿en quién nos fijamos para crecer y madurar en el amor? Porque, ¿quién nos explica, con su palabra y vida, cómo debe ser el amor? Sólo el Padre, con su paciencia, con su desprendimiento, con su comprensión, con sus consejos, con su respeto y libertad para con sus hijos, con su espera y su brazos siempre abiertos y su eterna misericordia nos puede hacer entender qué es realmente amar.
Y sólo un Padre así nos puede conmover e impulsar a, abajándonos y humillándonos, reconocer nuestro error y pecado. Pero no va a ser fácil. Nos costará levantarnos y reconocernos pecadores. La experiencia de muchos nos lo demuestra. Por eso necesitamos orar. Orar mucho, tanto los que caminamos de regreso a Casa, esperanzados en la Misericordia del Padre, como los que todavía no hemos decidido regresar.
Y es más, recemos muchos los que intentamos y vamos de regreso, por todos aquellos que todavía se instalan en la comodidad y placeres del mundo. Recemos por todos ellos, y también por nosotros, para que la Gracia del Espíritu Santo nos fortalezca y nos dé las fuerzas necesaria para no desfallecer en el camino de regreso a la Casa del Padre.
No dejemos de rezar, con fe y esperanza: Padre nuestro que está en el Cielo. Santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Reino y hágase tu Voluntad, aquí en la tierra como en el Cielo...
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