Quizás sin darnos cuenta, por el hecho de estar bautizado y pertenecer a la Iglesia, en la que hemos vivido desde pequeño y celebrado los sacramentos y la Eucaristía, pensamos que somos mejores que aquellos que se acercan de vez en cuando, o que aquellos otros que ni siquiera están bautizados. Nos creemos, con todos los derechos, a ser merecedores de la Gracia de Dios porque procedemos de su linaje por el bautismo.
Nos falla el saber que todos los hombres tenemos, por la Gracia de Dios, el regalo Infinito de ser sus hijos. Porque Él así lo ha querido y, por el Bautismo, nos ha regalado ese inmenso y hermoso regalo. Seamos de la condición que seamos: blancos, negros; pobres, ricos; creyentes o no creyentes; discípulos o no; judíos o no judíos...etc. Todos somos sus hijos, y a todos nos ama con locura, porque por su Amor ha derramado su Creación, y en ella ha puesto al hombre, centro y locura de su Amor.
Tú y yo existimos porque Dios nos quiere y nos sostiene. Porque de no ser así, desapareceríamos en un instante. Existimos por su Gracia, y no se arrepiente de habernos dado la vida. Su acto de Amor creativo no ha sido un capricho instantáneo y puntual, sino que la Creación y en ella, tú y yo, es un acto continuado del Amor de Dios. Dios continúa amándonos cada instante de nuestra existencia.
Las huellas dactilares de la Trinidad están en nosotros. Somos semejantes a Dios, creados libres por su Amor, y con vocación para la verdad y para el Amor en el Espíritu Santo. El hombre, libre, busca la verdad y se realiza en el amor. Padre, libertad Infinita; Hijo, Camino, Verdad y Vida, y Espíritu Santo, Amor del Padre e Hijo, proyectado en la vivencia mutua de los hombres a semejanza de la Trinidad.
Danos, Señor, la sabiduría de entender todo lo que tu Hijo, Jesús, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, nos ha revelado, y la capacidad de hacerlo vida en medio de todos los hombres, e injertados en el Espíritu Santo, en cada instante de nuestra vida. Amén.
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