Siempre aspiramos a ser mejor, y es un peligro y tentación creernos mejores que otros. Es posible que tengamos cosas buenas de las que otros carezcan, pero nadie es mejor que nadie, porque todos somos hijos de Dios, y todos perdonados por su Misericordia. Sólo El, que es Perfecto, puede entrar en nosotros y juzgar nuestras bondades y amor.
Corremos, pues, el peligro de instalarnos como aquellos sumos sacerdotes y fariseos. Instalarnos en la posesión de la verdad, y de creernos los únicos capaces de interpretar la Ley y la Escritura. Incluso tachando a los demás de ignorantes y malditos.
No queremos, Señor, caer en esa tentación. Y, aprovechando este humilde rincón de oración, queremos pedirte luz, docilidad, paciencia, perseverancia y, sobre todo, fe y confianza en tus Palabras. Dejarnos invadir por tu Misericordia y embriagarnos de tu Amor. Danos la sabiduría de conocer la Verdad de tu Mensaje y la ternura de tu Amor. Y la capacidad y fortaleza de ser capaces de llevarlas a mi vida y hacerla realidad en la cotidiana vivencia de mis circunstancias y ambientes.
Enséñame a estar en constante movimiento de dar y también recibir, porque sólo en Ti está la Verdad, y a los que Tú quieres dárselas. Danos ese corazón humilde y sencillo capaz de, como una esponja, vaciarse y llenarse de tu Amor y Misericordia, para, de la misma forma, derramarse en los demás.
En esa actitud, Señor, quiero postrarme ante Ti, y abrir todo mi corazón para, paciente y sumiso a tu Gracia, recibirla cuando, Tú, mi Dios y Señor, quieras concedérmela. Amén.
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