No es cuestión, ni se trata de buscar razones que nos hagan comprender como, si de una prueba se tratara, la experiencia de un encuentro con el Señor. No es ese el tema, porque no estamos capacitados para ello, ni tampoco cabe en nuestras cabezas. Todo depende de su Gracia y de que, en uso de nuestra libertad, también de Él recibida, nos abramos a su Palabra y nos abandonemos en sus Manos.
Sólo así estaremos en disposición de recibir la Fe que nos alumbre la experiencia y el encuentro con el Señor. Porque, por nosotros no podremos nunca entender ese Misterio de Gloria pura, porque por Él y en Él somos salvados. La Fe es un don de Dios, y sólo abiertos en humildad y sencillez estaremos receptivos a la Luz de su Gracia para entenderle.
Y eso ocurrirá cuando Él quiera y como quiera. ¿Qué vamos a pedir o exigir nosotros? ¿Y con qué derecho y osadía nos atrevemos a proponerle una hora o momento? ¿Sabemos nosotros algo de Él por nosotros mismos? ¡Dios mío, danos la humildad y la sabiduría de comprender nuestra pequeñez y pobreza!
No quiero escudriñar tu Palabra, Señor, sino escucharla y asentirla como un niño expectante y dócil a lo que le dice su Padre. Sé que muchas cosas no entiendo, y menos podré transmitirla, pero también sé que tu Palabra es Palabra de Vida Eterna y en Ella confío y espero. Y, confiado y abandonado en tus Manos, trato de seguirte según Tú, Señor, quieras disponer de mi vida. Te pido fuerza, valor, sabiduría y capacidad de poder discernir el bien del mal, y, soportándolos, estar siempre en tu camino.
No permitas que el mundo me venza y me seduzca, y ponme siempre el obstáculo oportuno para dominarme y permanecer en tu presencia y a tu vera. Porque, Tú, mi Señor, eres Yo soy, el Dios de Abrahán y el Dios que nos salva. Amén.
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