Hay momentos en la vida, tengas fe o no, que te planteas interrogantes en tu vida. Interrogantes que viven dentro de ti y que, de alguna manera, buscan y persiguen respuestas: origen de la vida; muerte y sufrimientos; envidias y odios; venganzas, guerras y muchas más.
También hay momentos en los que te preguntas el por qué no hacer lo que late dentro de ti y deseas hacer. Esos impulsos cargados de solidaridad, fraternidad y amor. Experimentas una lucha a muerte dentro de tu corazón entre hacer el bien o el mal, y te planteas dos caminos: a) buscar y responder a ellos; b) o dejarte llevar, como veleta al viento, según te suceda y se presente.
Hoy, tú y yo, querido amigo, que quizás te hayas parado a leer esta humilde reflexión, tienes la respuesta muy clara. Las Palabras que Jesús en el Evangelio de hoy (Jn 14, 7-14) nos dirige son tan claras y concretas que responden a lo que tanto tú como yo estábamos esperando y sobran nuestras humildes y torpes palabras. Sólo nos queda disponer nuestro corazón y abrirnos a la acción del Espíritu Santo, y dejar que todas sus compuertas y departamentos, por la Gracia del Espíritu, queden llenos e inundados de Fe.
De esa Fe que mueve montañas, para que creyendo en Él vivamos la maravilla y el gozo de hacer y vivir lo mismo que hizo y vivió Jesús hecho Hombre en este mundo. Pidamos al Padre, en el Nombre de Jesús, esa Gracia para dar respuesta a su invitación de fe. Amén.
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