¿Qué seríamos sin el Espíritu Santo? Supongo, ni más ni menos, que como los apóstoles y discípulos que le conocieron y acompañaron los tres años de su vida pública. Seguramente nos hubiésemos dispersados y escondidos olvidando su Mensaje, y, muertos de miedos, hubiésemos dejado que su paso por la tierra quedase en una historia hermosa de un profeta mortal más.
Gracias, Señor, porque te has cuidado que eso no fuese así, porque los apóstoles y discípulos han respondido a tu llamada, injertados, cómo no, en el Espíritu Santo. Gracias, Señor, porque el Espíritu Santo nos ha iluminado y nos ha dado la Luz de aceptar y acoger tu Mensaje recibido a través de los apóstoles.
Gracias, Señor, por hacernos ver, con tu Presencia y tu Palabra, que nuestra misión y compromiso es, por el Bautismo recibido, la de proclamarte y de vivirte en nuestras vidas en relación con los demás. Gracias, Señor, por la Iglesia y las comunidades parroquiales, donde nos apoyamos y fortalecemos, tal y como hacían los primeros discípulos, para compartir nuestra fe.
Gracias, Señor, por los sacerdotes, hermanos consagrados, que entregan sus vidas para servirnos y acompañarnos en la fe. Gracias, Señor, por todas las personas consagradas, congregaciones y órdenes religiosas, que siguen su fe y se esfuerzan en transmitirla siguiendo, Señor, tu mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».
Por todo ello, gracias, Señor, y postrados ante tus pies nos ponemos a tu servicio, para que, por tu Gracia y amor, nuestros corazones sean transformados hasta el punto de entregar nuestras vidas en el cumplimiento de tu mandato. Amén.
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