Se hacen muchas cosas y caemos en el peligro de valorar por aquello que se hace. Mal asunto, porque llegará un día que no servirás para hacer, pero seguirás siendo hijo de Dios. Si valoramos por lo que hacemos, que Dios nos salve, porque estamos equivocados. Ese es el camino para llegar donde nos quieren llevar muchos, el aborto y la eutanasia.
Porque nos catalogamos como seres útiles e inútiles; personas que producen y personas que no producen. Perdemos la óptica del amor. Todo en función de la productividad y del beneficio. ¡Dios mío, es la sociedad que estamos formando sin darnos cuenta! Y estamos avisados. Hoy el Señor nos lo pone bastante claro: En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado.
Esa es la medida del valor. Toda persona vale por ser hija de Dios, y no por lo que pueda aportar o dar a la sociedad. Porque, en definitiva, todo es de Dios. Todo nos ha sido dado para entregarlo y disponerlo al servicio de los demás. Este ordenador que ahora escribe, lo hace para servicio del Señor en el servicio a los demás que puedan leerlo y serle útil. Y esto, un servidor, nunca mejor dicho, no puede dejarlo por capricho, por cansancio o porque ya no le gusta. Todo es, no para la gloria del que escribe, sino para Gloria de Dios.
Nadie tiene por qué gloriarse de nada, porque nada le pertenece. Pidamos, pues, al Señor esa sabiduría y paz que nos haga comprenderle en la acción del Espíritu Santo que nos auxilia. Abrámosle nuestros corazones para que su Luz entre plenamente y nos llene de fortaleza para vivir lo que el Espíritu nos enseña y nos revela.
Que sepamos hacer para servir, no hacer para gloriarnos y servirnos. Ahí está la diferencia. Diferencia que sólo se puede discernir y encontrar desde la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones. Pidamos realmente esa Luz porque ese es el único y verdadero Tesoro que merece la pena encontrar. Amén.
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