La fe no se puede comprar, ni tampoco se puede razonar. Sí, hay razones para creer, pero no fe que se pueda razonar. Podemos creer porque Jesús, de quien nos podemos fiar porque en Él todo se ha cumplido, nos lo dice, y porque sus Obras nos lo atestiguan. Pero, así y todo, la fe es fiarse y confiar en la Palabra de Dios. Esa es nuestra fe y nuestra esperanza.
Y eso nos exige humildad y, también, hacernos como niños. Porque un niño se fía de su padre y cree todo lo que le dice aunque no lo entienda. Un niño pregunta, pero queriendo hacer otras cosas que a él le gusta, siempre obedece al padre y se fía de su padre. Pero, ocurre, que en la medida que crecemos nuestra razón exige ver lo que nos dicen, y creer en lo que vemos. Y la fe ya nos cuesta más porque no la entendemos. Y exigimos, como aquellos judíos en el templo, que nos den razones para creer.
Es entonces cuando hace presencia y mucha falta la humildad de los niños. Necesitamos ser humildes como ellos, para, abandonados en los brazos de nuestro Padre Dios, aceptar y recibir ese don hermoso de la fe que Él nos da. Y eso es lo que hoy, Padre Bueno, te pedimos, el don de la Fe. Te pedimos que nos hagas humildes y dóciles a tu Palabra, y que abramos nuestro humilde corazón, transformado por tu Gracia, a la fe que, sólo de Tí, Señor, podemos recibir.
Queremos y te pedimos ser de tu rebaño y escuchar tu Voz, para seguirte y abrirnos a la Gracia de la Vida Eterna. No permitas, Señor, tal y como dices, que nadie nos arrebate de tus Manos, porque vivimos en un mundo lleno de peligros y amenazas que nos tientan y seducen. Danos la fuerza de sostenernos en tu presencia agarrados fuertemente a tu Palabra y a tu Gracia.
Padre Bueno, en ti confiamos y, por medio de tu Hijo, nuestro Señor Jesús, y Buen Pastor, nos ponemos a su recaudo para, sostenidos en Él, perseverar hasta su segunda venida. Amén.
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