Poco ha cambiado en lo sustancial. Hoy, como ayer, la gente sigue exigiendo signos y señales que les convenzan de la identidad del Hijo de Dios. Después que Jesús ha hecho el milagro de la multiplicación de panes y peces, donde asombrados querían proclamarlo rey, hoy, la euforia ha desaparecido y quieren, como si de un sueño se tratara, que les repita un nuevo signo de poder.
Lo mismo nos ocurre hoy. Después de un retiro, reflexión o encuentro con el Señor, salimos extasiados y eufóricos por aclamar al Señor como Señor, valga la redundancia, de nuestra vida. Pero pasado unos días las dudas vuelve a nacer en nuestro corazón y, también, el deseo de volver a un retiro o ejercicios para tener la oportunidad de cerciorarnos y creer de nuevo.
Me viene a la mente lo que responde Abraham al rico, de la parábola, cuando le pide que envíe a Lázaro a casa de sus hermanos para que crean viéndole resucitado crean. Y Abraham le responde que si no hacen caso a Moisés y los profetas, tampoco creerán por ver a un muerto (Lc 16, 19-31).
Ante tanta pobreza y pecados, Señor, aprovechamos para pedirte sabiduría y perseverancia. La seducción del mundo es fuerte, y nuestra humanidad pecadora es fácil de vencerla. Sólo, permaneciendo en Ti, Señor, podemos superar la tentación y perseverar en tu Palabra. Y eso nos remite a no apartarnos de Ti, a pedirte ese Pan que nos da la Vida y nos sacia el hambre para siempre.
Y aumenta nuestra fe, porque somos débiles y frágiles, y nuestro camino está lleno de obstáculos que nos dificultan y amenazan con separarnos de Ti. A menudo, nuestros pecados, nos remuerden la conciencia y nos sugieren que abandonemos el camino y te olvidemos.
No permitas que pensemos así, y a pesar de ellos danos la fortaleza y la humildad de aceptarlo y, reconociéndonos pecadores, tener siempre la confianza en tu Misericordia, porque Tú, Señor, has venido para eso, para perdonarnos nuestro pecados y llevarnos a la Vida Eterna. Amén.
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