No es fácil mantenerse en la verdad siempre. Hay momentos que dudamos de si conviene o no conviene. Sobre todo cuando, decirla o no le afecta a nuestra comodidad; a nuestra economía; a nuestros sentimientos y pasiones; a nuestros gustos e intereses y a nuestra vida. Son esos momentos donde necesitamos valor y fuerza, pero, sobre todo, por la Gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo, confesar y decir siempre la verdad.
Nuestra ceguera, contagiada por el mundo, nos invita a la apariencia, y de la apariencia a la mentira va sólo un paso. Muy poco, y lo de menos son nuestros pasos y nuestros zapatos, como decíamos ayer, sino nuestras huellas de verdad y de amor. Eso es lo que cuenta en nuestra historia, y es de eso de lo que se hablará, del olor de amor que han dejado tus huellas al pasar, tu vida, por la vida de los demás.
Diría que, en la medida que iniciamos la apariencia, estamos ya también iniciando la mentira. Porque esconder la verdad es mentir. Es verdad que en algunos momentos conviene disimular, pero eso nunca supone esconderla. Al contrario, supone dejarla en manos providentes de que otros la descubran.
Lo verdaderamente importante es la intención. Nunca tapar la Verdad con mi verdad, porque la mía está contaminada y ciega, y necesitada de buscar luz que la alumbre y la clarifique. Por eso, Padre, necesitamos pedirte que nos ilumines y nos alumbre el camino, para encontrar siempre la verdad de nuestra vida en la única Verdad de la Vida que eres Tú, Padre.
Porque sólo Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario