No podemos dejar de buscarte, y te buscamos, ¿dónde, si no en tu Iglesia? Es el lugar donde sabemos, a ciencia cierta, que Tú estás, porque en ella has dejado a Pedro como encargado de custodiarla y dirigirla aquí en la tierra, dándole poderes para atar o desatar el bien del mal. Y, también, de perdonar los pecados de los hombres.
Permanecer en ella nos ayudará a encontrarte. Pero encontrarte, no para seguirte como un mero espectador de un equipo deportivo, de forma pasiva y simplemente mirándote, sino también participando en la medida que puedas hacerlo. Es decir, respeto a lo que nos atañe: "Amando tal y como Tú nos dice y nos demuestra con tu amor".
Ese es el objetivo y la finalidad de seguirte, Señor. Y el que no lo tiene claro se perderá en el camino y será víctima de las tentaciones que le seducirán por el camino. Porque te seguimos, Señor, para aprender a vivir en y para el amor verdadero que Tú nos has dado y nos enseña con tu testimonio. Seguirte, para experimentar el despojo de mí mismo y la cruz de negarme, para, como Tú, crucificarme en el madero de mi vida y convertirme en amor, como quemado por el fuego de mi humilde corazón injertado en el Tuyo.
Y sé que, yo sólo, no puedo lograr eso. Sé, claramente, que mi humanidad caída y herida por el pecado puede conmigo y me vence. Pero, también sé que Tú has enviado a tu Hijo para levantarme, para darme fuerza y voluntad y sacarme de la esclavitud de mi pecado. Y, en Él, puedo vencer, porque con él soy mayoría aplastante y nadie ni nada puede vencerme.
Por eso, mi Señor, te pido desesperadamente que tomes mi corazón de piedra y egoísta y lo conviertas en un corazón suave, tierno, desprendido, despojado de todo egoísmo y entregado al amor verdadero del que Tu me has enseñado y dado testimonio.En esa confianza y esperanza voy detrás de Ti, como la hemorroisa (Mt 9, 20-22), dispuesto y esperanzado a esfuerzo de poder tocarte y llenarme de la fuerza de tu Espíritu. Amén.
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