No tenemos ni la capacidad de asombro para dar gracias al Señor, porque por mucho que digamos gracias nunca podremos acercarnos a la medida de gratitud por tanto recibido. Realmente no nos cabe en la cabeza tanta Gracia. Porque, ¿qué es nuestro, o que merecemos? La vida; la oportunidad de vivir para alcanzar la Vida Eterna; cada instante que respiras, que disfrutas, que tomas conciencia de que tu corazón late. Y tantas cosas que podemos descubrir y que, quizás, no valoramos.
El Señor se ha encarnado en naturaleza humana igualándose a nosotros. ¡Se ha despojado de su Dignidad de Dios y de todo privilegio para sufrir y padecer como nosotros! Ha entregado su Vida para que la nuestra merezca el Perdón y la Misericordia del Padre. Y, encima, ahora se preocupa en pedir al Padre que nos cuide y nos proteja.
¿Se puede tener un Padre Dios y un Hijo más buenos que lo dan todo por cada uno de nosotros? Que se puede tener está claro, porque lo vemos y el Evangelio nos lo demuestra y dice cada día, pero entenderlo, si es verdad que no podemos. Porque de entenderlo estaríamos todo el día de rodilla dándote gracias, Señor. Por eso, Padre Bueno del Cielo, hoy te damos gracias por todo lo que haces por nosotros, y, por los méritos de tu Hijo, Jesús, que, no sólo nos ha salvado con su Muerte y Resurrección, sino que sigue a nuestro lado intercediendo por nosotros.
Gracias Padre porque has dispuesto entregarnos a tu Hijo para nuestra salvación. Y gracias, Señor Jesús, Hijo del Padre, que has aceptado la Voluntad de tu Padre voluntariamente y por amor a cada uno de nosotros. Gracias, simplemente gracias, porque no podemos ni sabemos decir nada más. Y porque no alcanzamos a entender cómo se puede amar tanto.
Y, eso sí, te pedimos, Señor, que nos des sabiduría para entender y perseverar, aun no entendiendo, y que nos transformes nuestros corazones, para que podamos amar a los demás tal y como Tú nos amas a nosotros.
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