Nada podríamos hacer sin la presencia del Espíritu de Dios. Nada sería igual sin el consuelo del Espíritu Santo y todo se nos haría oscuridad sin la presencia del Espíritu Santo. Por eso, Señor, te damos gracias y te bendecimos, porque has mirado nuestra pequeñez y debilidad y nos has fortalecido con y en la presencia de tu Espíritu.
Es el Espíritu Santo quien nos guía y nos orienta y nos defiende y protege de las amenazas y poder del demonio. Con Él podemos escapar y estar protegido de la inclinación del pecado y también de todas las tentaciones que, en cada instante de nuestras vidas, nos sugieren desviarnos, alejarnos y huir de la presencia de Ti, Señor nuestro.
Gracias, Señor, por el gran regalo del Bautismo, en el que nos dona la presencia y acción del Espíritu Santo, para que, fortalecidos en Él, podamos vivir en tu Palabra y proclamarla con nuestras vidas y acciones. Gracias, Señor, por la vida, por la fe, por el amor y, sobre todo, por la oportunidad de alimentarme de tu Espíritu con frecuencia en la Eucaristía.
Gracias, Señor, por ese Pan y Vino que se transforman en tu Cuerpo y tu Sangre en el memorial de tu Pasión y Muerte y que por la epíclesis, extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: "santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu", se transforman en el Pan y Vino que nos alimenta espiritualmente nuestra alma y nos conforta y fortalece para la andadura de nuestro propio camino pascual que cada uno de nosotros queremos compartir contigo.
Por todo lo recibido, pero, principalmente, por tener la conciencia de sabernos tus hijos y por tanto amor que tu Padre, Señor, revelado por Ti, nos ha dado y continua dándonos, te damos las gracias y te pedimos que nos sostengas durante el camino de nuestra vida en tu presencia hasta llegar y descansar en Ti. Amén.
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