No es difícil darse cuenta y experimentar que estamos hecho para amar. Evidentemente, si reflexionamos un poco nos damos cuenta que nuestra creación responde al amor. Cuando amamos nos experimentamos felices y gozosos y eso se ve claro en nuestros hijos.
Hace poco me dijo un joven que desde el nacimiento de su primer hijo se sentía muy sensible. Y es que el amor nos transforma. Cuantos jóvenes se confiesan no preparados para tener un hijo. En lo más profundo de sus corazones temen ser responsables y despegarse de sus apegos y apetencias por los hijos. Pero cuando se experimenta el ser padre, todo cambia y nos sentimos dichosos al amar.
Seguramente no sabríamos explicar cómo y cuánto amamos a nuestros hijos, y desconocemos de donde nos viene ese amor. Y es que vive dentro de nosotros y nos ha sido regalado por Dios. Así de sencillo. De esa misma forma, elevado al Infinito, nos quiere Dios, y nos regala la vida y el amor eterno. Por eso, dentro de nosotros, experimentamos esos deseos inmenso de ser felices y eternos, porque somos sus hijos, y cuando amamos sentimos esa dicha y gozo al que estamos llamados: Plenitud eterna.
Por eso, Padre, te damos gracias por este inmenso regalo del amor, y te pedimos que no deje de crecer dentro de nuestro corazón para, amándote a Ti sobre todas las cosas, amemos también a todos los hombres y mujeres de la tierra que se nos hagan presente en el camino de nuestra vida.
Y te agradecemos con exultante alegría y renovadas esperanzas ese Infinito regalo de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Porque en Él y sólo en Él podremos encontrar la fortaleza, la voluntad y la sabiduría para superar todos los obstáculos del camino. Amén.
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