Nuestra vida tiene un recorrido, y como todo recorrido empieza, es decir, tiene un inicio y una meta, que no es el final, sino el comienzo de la Verdadera Vida, que nunca termina. Y en ese inicio, su corazón es tierno, diríamos casi, porque el pecado original nos lo impide, inmaculado y puro.
Un corazón sin malas intenciones y lleno de inocencia y abierto al amor. Ese es el corazón con el que todos hemos empezado y que, por nuestra naturaleza humana pecadora, vamos manchando. Pidamos, pues, conservarlo y mantenerlo tierno, suave, de carne y misericordioso por la Gracia de Dios. Un corazón de niño disponible y dispuesto a darse amar y a dar amor.
Padre, sabemos que en nuestra vida el corazón se nos endurece y se nos mancha. Se nos llena de miserias, de impurezas, y pierde su color blanco por un negro de oscuridad, de perdición. El hollín que suelta el mundo lo contamina, lo vicia y lo desorienta perdiendo el rumbo de su propia vida. Y, endurecidos por el pecado nos cerramos a tu Gracia.
Danos, pues, ese corazón de niño que nos permita perseverar y mantenernos fieles y abiertos a tu Gracia, Señor, para que, sostenidos en el Espíritu Santo conservemos la pureza de los hijos de Dios y, despojados de toda maldad intencionada podamos trabajar por construir un mundo donde la concordia, la verdad y justicia y la paz prevalezcan por encima de todo. Amén.
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