No mires para otro lado, porque tú, al igual que yo, hemos sido elegidos como María. Ella ha cumplido su misión, pero, ahora te toca a ti y también a mí. Quizás tu misión no es la misma, pues la de María es la máxima, pues ser elegida para Madre de Dios no es superada por ninguna otra dignidad. Una madre es cosa muy grande, pero ser la Madre de Dios es lo más grande.
Pero, dejando esa especial misión, tú y yo tenemos otra misión, con toda seguridad, más humilde, pero digna para Gloria de Dios, que cumplir. Una misión que se encuentra donde estamos y como estamos. Una misión que consiste en hacer su Voluntad, y que debemos esforzarnos en descubrir. Y no hay posibilidad de descubrir algo sin esfuerzo. Hacerlo e intentarlo nos llevará y exigirá sacrificios y esfuerzos, que, necesitarán tiempo y paciencia.
Fijarnos en María nos ayudará a encontrar el camino y la serenidad que nos haga descubrir que quiere Dios de nosotros. Todo consiste en ponernos a caminar. Y caminar es desinstalarnos, salir de nuestra cueva y reducto y, olvidándonos de nosotros mismos, pensar en los demás. Se nos antoja difícil, pero es el camino. Un camino que pone sus propias exigencias y nos remite a unirnos e intimar con el Señor, para pedirle fuerzas, sabiduría, paciencia y voluntad para seguir hacia delante.
No es fácil cumplir la Voluntad de Dios. Ya nos decía Jesús en el Evangelio del domingo lo difícil que resultaba seguirle. Y, nos dice, que también ahora lo es. Muchos están pagando con sus propias vidas el mantenerse firme en la fe. Vamos contra corriente y proclamar la Verdad nos acarrea muchos problemas. Pidamos fuerza y voluntad para no desfallecer y sobre ponernos a las contrariedades que los obstáculos de este mundo se interponen en nuestros caminos.
Por eso, Padre, arropados bajo el Manto de María, te pedimos que nos llenes de paciencia y sabiduría para saber discernir el bien del mal y, apartando el mal apliquemos siempre el bien para todos los hombres. Amén.
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