Todas nuestras esperanzas descansan en el perdón. Este año, proclamado por el Papa Francisco, como año de la Misericordia, nos marca el camino y el rumbo de lo que tiene que ser nuestra vida. Vida vivida en la Misericordia como el Padre. Y no busquemos otra hoja de ruta, porque esa es la única.
En la parábola del siervo cruel (Mt 18,21—19,1), Jesús nos deja claro cual debe ser nuestra actitud de perdón ante los demás. Porque en esa medida del perdón que estemos dispuestos a dar, así también nosotros seremos perdonados. Y si el Señor nos propone eso, debemos confiar y creer que podemos hacerlo, porque nada imposible nos exigirá nuestro Señor.
Primero, porque en y con el Señor podemos lograr todo lo que nos propongamos siempre que sea su Voluntad. Porque para Él no hay nada imposible. Por lo tanto, esperanzado y confiados, pidamos al Señor que nos llene de su Gracia para estar en disposición de perdonar todas las ofensas recibidas tal y como Él nos perdona a cada uno de nosotros.
Nuestras vidas dependen del perdón. No viviremos en el Señor si no estamos dispuestos a perdonar. Ese es nuestro primer paso de conversión: Decirle al Señor que nos ponemos en sus Manos para que nos moldee como el alfarero y nos transforme nuestro corazón en un corazón nuevo capaz de perdonar todas las ofensas recibidas. Sabemos que, por nosotros mismos, no podemos alcanzarlo, pero sí en el Señor.
Todo nuestro camino está lleno de perdón. Vivimos porque hemos sido perdonadaos por el Señor. Y si observamos, vemos que también hemos recibido mucho perdón en nuestra vida de nuestros padres de la tierra, hermanos, amigos y personas en general. Necesitamos perdonar para ser perdonados. Pero, también sabemos por experiencia, que hay ofensas que nos cuestan mucho perdonar. Nuestra soberbia es la muralla que nos lo impide.
Pidamos al Señor la humildad y la fortaleza de, por la Gracia del Espíritu Santo, superar todos esos obtáculos que generados por nuestra soberbia y egoísmos se resisten a no dejarnos perdonar. Amén.
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