No es cuestión de algunos cursos, ni de una serie de catequesis. Quizás, ambos, nos pueden ayudar para iniciarnos en el camino, pero, la palabra lo dice, camino. Y el camino no se acaba hasta, llegada la hora, recibir al dueño que anuncia su llegada.
Si bien, no sabemos el día ni la hora. Y eso significa, no que sólo debemos estar vigilantes, sino que nuestro camino es andar y andar. Pero, andar amando. Porque es el amor lo que Jesús, el Amo que vendrá a su hora, lo que espera encontrar y recoger de cada uno de nosotros. La cosecha está clara: frutos de amor. Y el cultivo también: amor, amor y más amor.
Esa es la vigilancia que hoy el Evangelio nos quiere advertir. No dejemos de amar. Y amar es estar atento a cada instante de nuestra vida a dejar pasar la Luz que llena nuestro corazón y derramarla en dulzura, escucha, comprensión, amabilidad y servicio. Pero, también en reprimenda, cuando la ocasión lo exige, porque el amor es a veces duro, inflexible y exigente cuando la vida se pone en peligro y el amo puede encontrarte distraido y no haciendo lo que debes.
Estamos hechos para amar, porque cuando amamos experimentamos gozo, satisfacción y felicidad. Y cuando hacemos lo contrario, nos sentimos mal y a disgusto. Pidamos al Señor estar siempre en actitud vigilante de amor. O lo que es lo mismo, de servicio, de atención, de justicia, de verdad, de misericordia, porque son esas actitudes las que el Señor espera recoger de nosotros.
No simplemente alabanzas, ni cumplimentos, ni rosarios, ni novenas, ni exaltaciones que dicen ¡¡Señor Señor!! Y eso no significa ni quiere decir que todas estas cosas no se hagan. Al contrario, son buenas y debemos hacerlas, pero para ser y vivir lo otro, es decir, la justicia, la misericordia y la fe. Amén.
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