El Señor nos sacia nuestra hambre. Nos da el pan y el pez y nos alimenta. Y donde aquellos pescadores no habían pescado nada durante toda la noche, el Señor les llena las redes de peces con una sola señal diciéndoles que echaran las redes a la derecha. Un signo claro de que, en y con Él, nuestras obras darán frutos.
Y nos alimenta para que recuperemos fuerzas y podamos seguir nuestra misión continuadora de pescar hombres para su Reino. Sabemos que nuestros frutos no son obra nuestra sino todo nos viene de Dios, y en esa confianza apoyamos nuestra esperanza y nuestra actitud de esfuerzo y trabajo. Y eso nos mueva a estar siempre a su lado. Y lo hacemos con la oración, con la reflexión de su Palabra, con la frecuencia de los sacramentos y la perseverancia fiel en la comunidad, grupo o parroquia.
No debemos alejarnos ni sacar la barca de nuestra vida por nuestra sola cuenta. Debemos, como decíamos ayer, tener al Señor siempre invitado en nuestra barca y pescar acompañados de Él., porque es Él quien realmente hace todo sirviéndose de nuestra torpe y limitada colaboración. Pero, eso sí, necesita de nuestra colaboración, pues nos ha hecho libre y cuenta con nosotros. Él nos respetará siempre y sólo actuará si le entregamos nuestra libertad. Libertad que en sus Manos nos hará más libres.
Pidamos al Señor que nos de la vista, la fuerza y la prontitud de correr hacia Él. Tal y como hizo Pedro cuando oyó que era el Señor quien estaba en la orilla. Estemos atento y prestos, porque, también para nosotros el Señor está en la orilla de nuestra vida indicándonos que echemos nuestra red a la derecha. Se trata de creer en Él y de, como hicieron los apóstoles, echar la red confiado en su Palabra.
No perdamos la confianza y la fe en el Señor y abramos los ojos para poder descubrirlo en las orillas de nuestra vida y estar siempre presto y disponible a invitarlo a subir a nuestra barca. Amén.
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