En este mundo todo lo que puedo encontrar es perecedero. El alimento, digamos inmaterial de mi espíritu se desvanece como el humo. Mis ambiciones, vanidades, ideales, motivaciones, objetivos, glorias y honores se corroen y oxidan con el tiempo hasta llegar a desaparecer. Todo aquí abajo perece. Por eso, buscar las cosas de este mundo no tiene sentido. Sin embargo, son las cosas de arriba, sobre todo el Alimento que perdura lo que debe ocupar el centro y la búsqueda de nuestra vida.
Y ese alimento está en el Señor Jesús. Él nos dice hoy: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed». Ese es el Pan que debemos buscar, un Pan que sacia plenamente y nos quita el hambre y la sed. Y, conscientes que estoy amenazado y esclavizado por el mundo, demonio y carne, te suplico, Señor, que me liberes de esas esclavitudes y me sostengas alimentado por tu Espíritu.
Dame, Señor, de ese Pan que me alimenta mi espíritu y me fortalece ante las amenazas que recibo de este mundo. Mis apetencias y mi naturaleza se ven asediadas y seducidas por las tentaciones de este mundo, que, aun siendo perecedero, me seducen y me atraen. Mi naturaleza humana, herida y tocada por el pecado está sometida a las influencias y seducciones del demonio y, sin tu Gracia, Señor, me siento débil para poder resistirme y luchar contra ellas.
Por eso, quiero, Señor, estar y permanecer en tu presencia y alimentarme de ese Pan de Vida que Tú me ofreces con tu Cuerpo y tu Sangre. Fortalece mi voluntad y mi perseverancia para no perderte nunca de vista y para que seas Tú, mi Señor, la primera y única opción fundamental de mi vida. A Ti, Señor, me confío y entrego mi vida, a pesar de las debilidades de mis concupiscencias y mis pecados, en la confianza de que Tú me transformes, me limpies y, con tu Infinita Misericordia, me perdones. Amén.
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