Supongo que a los cristianos de hoy nos ocurre lo mismo que los de los primeros siglos, sobre todo, los que estuvieron con Él, sus discípulos más íntimos, los apóstoles. Todos queremos estar con el Señor y que el Señor nos dirija y nos envíe. Él es el Señor y en Él y con Él nuestra fortaleza y disponibilidad nos parece que sería diferente y plena. Sin embargo, Él nos invita a que dentro de poco lo volveremos a ver.
Y esa Palabra de Jesús se cumple, porque todo en Él se cumple. Está con nosotros y aunque eso no nos libre de nuestro propio camino de cruz, sí lo podemos tocar, hablar con Él y sentirnos junto a Él. Se ha quedado en el Sagrario y se hace alimento bajo las especie de pan y vino para fortalecernos, para animarnos, para darnos ánimo y esperanza y para decirnos que pronto estaremos con Él.
No perdamos la esperanza de sentirnos muy cerca de Jesús en cada Eucaristía, hasta el punto de alimentarnos espiritualmente con su Cuerpo y su Sangre. Y tengamos muy presente que podemos visitarle en el Sagrario y pedirle todas nuestras necesidades para sentirle, experimentarle y llenarnos de gozo y alegría. Pero, también tengamos en cuenta que tenemos que tomar nuestra cruz y cruzar el mismo camino que Él ha cruzado. También nos lo ha dicho.
Por tanto, llenos de alegría y gozo interior sepamos que Jesús nos ha prometido estar con nosotros y su Palabra es Palabra de Vida Eterna. Siempre se cumple. No perdamos la esperanza ni la fe en Él. Pidámosle que nuestra fe aumente; pidámosle que nuestra alegría se sostenga en Él y pidámosle la Gracia que nos dé la fortaleza y la sabiduría de no perderle nunca de vista. Amén.
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