Podemos llegar a pensar que aquel centurión del tiempo de Jesús estaba en ventaja. Habló con Jesús y había oído los milagros que hacía. Por eso, le buscó y le rogó que curase a su siervo. Pero, también podemos pensar que habían muchos otros que, incluso, habían escuchado su Palabra y presenciado esos milagros, y no creyeron en Él. La relevancia y grandeza de aquel centurión fue que creyó en la Palabra de Jesús y en su Poder. Y esa gran fe nos interpela también a nosotros.
Sin lugar a dudas, Señor, yo quiero creer, pero experimento que la fe es un do que viene de Ti y que yo no puedo alcanzarla por mí mismo. Por eso, Señor, te pido que me des ese don de la fe para, como el centurión, fiarme plenamente de tu Palabra. No puedo poner la excusa de que él te vio, porque, yo también puedo verte y con más garantía, pues tengo el testimonio de los apóstoles y la confesión y enseñanza de la Santa Madre Iglesia.
Quizás el centurión tuvo que hacer un gran esfuerzo, porque no tenía el testimonio de nadie sino sólo su fe de fiarse de Ti y de tu Palabra. Es verdad que también tenía, quizás de oída, la realidad de tus Obras, pero tuvo que fiarse y creer en Ti. Nosotros hoy también tenemos que fiarnos, pero tenemos el testimonio de la Santa Madre Iglesia en todos aquellos santos que nos dan ejemplo con sus vidas tanto de palabra como de obras. Y tenemos la experiencia personal de tu presencia en nuestras vidas.
Por eso, Señor, yo desde la debilidad de mi humanidad y la humildad de mi pobreza y el fracaso de todos mis pecados, te pido que aumentes mi fe y la sostengas cada día firmemente en mi corazón. Una fe que me empuje al compromiso de vivir en el amor a Ti, Fuente de Vida y de Gracia, y en el servicio a los demás. Sobre todo a los más pequeños y desfavorecidos. Amén.
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