La paz pasa siempre por el perdón, pues sólo puede haber paz cuando somos capaces de olvidar nuestras diferencias y nuestras ofensas. ¿Por qué? Porque, el hombre y la mujer nunca dejarán de meter la pata. Siempre habrá errores, debilidades, egoísmos, vanidades, impurezas...etc. Y siempre habrá necesidad de perdonar para que haya reconciliación y paz. Y si eso no se produce nunca habrá perdón ni paz.
Por eso, Dios se hace hombre como nosotros y tomando nuestra propia naturaleza pasa por la experiencia de ser víctima y de perdonarnos ofreciéndose al Padre para alcanzar el perdón de nuestros pecados. Por la Misericordia de Dios somos perdonados, pero, si no somos capaces de perdonar nosotros también a nuestros semejantes haremos que esa Misericordia de Dios no actúe en nosotros. Es decir, rechacemos esa Misericordia gratuita de Dios al no querer nosotros perdonar como Él nos perdona.
Por eso es tan importante perdonar. No diría importante sino vital. Seguir a Jesús y declararse cristiano pasa por perdonar. Porque, el perdón implica amar. Cuando perdonas estás amando, pues no se trata de perdonar y quitarte del medio, sino de perdonar aceptando todas las circunstancia que la propia vida te vaya presentando. Y esa acción de perdonar nos será imposible sin la asistencia y auxilio del Espíritu Santo. Para eso lo hemos recibido en nuestro bautismo.
Necesitamos la Gracia del Espíritu Santo para poder, poco a poco, irnos convirtiendo en amor. Un amor que sea capaz de amar al estilo como Dios nos ama a cada uno de nosotros. Y es eso lo que hoy te pedimos Padre, un corazón manso y humilde para poder amar a todos, amigos y enemigos, como Tú nos has enseñado en tu Hijo. Amén.
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