No nos damos cuenta de nuestra miseria y de nuestra pobreza. Quizás sea de lo que tengamos que pedirle al Señor, "darnos cuenta de nuestros pecados y nuestras miserias", porque, no merecemos nada y, a pesar de eso, el Señor nos llama, comparte mesa y mantel con nosotros y nos escucha con compasiva misericordia. ¿Merecemos nosotros eso?
Todo es gratuito y así podemos explicar y llegar a comprender lo que no entendieron aquellos fariseos y escribas del tiempo de Jesús. ¿Cómo es posible que coma con publicano y pecadores? Igual nos ocurre a nosotros ahora. También nos preguntamos por tanta gente pecadora que hay dentro de la Iglesia en la actualidad. Y murmuramos de los presbíteros, de los obispos, de los feligreses y de todos en general. Nos parece que la Iglesia se debe prohibir para los pecadores. ¿Estamos nosotros limpios? Esa es la pregunta que nos interesa y la que debemos hacernos.
Jesús nos responde inmediatamente y muy claro: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores». Y eso debe enseñarnos y movernos a reconocer nuestros pecados, porque, para quedar limpio y alcanzar esa Infinita Misericordia de Dios, que nos regala gratuitamente, debemos reconocer y entregarles nuestros pecados. Pidamos esa Gracia para, como Leví, aceptar su invitación y seguir tras sus pasos con verdadera humildad y arrepentimiento de nuestros pecados. Amén.
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